A cargo de la editorial Lumen, vuelven a circular las historias de esta gran narradora argentina, que fue hermana de Victoria Ocampo. Contiene cuarenta y cuatro cuentos.
Con “Las invitadas”, uno de los libros más aplaudidos de Silvina Ocampo, publicado por primera vez en 1961, toma cuerpo una cuidada edición en la obra de la escritora, que reúne relatos inquietantes y nítidos sobre montones de temas -la infancia, la fantasía, el amor o la locura-, y también incapaces “de reducirse a una colección de recursos o métodos”, describe Ernesto Montequin, curador de su archivo.
Sencillos, breves y metamorfósicos, los 44 cuentos de “Las invitadas” (Lumen) espían el mundo real para sacudirlo con historias que dejan boquiabierto, tramas trastornadas (en el mejor sentido de la palabra) que leen la adultez desde una mirada muchas veces fantástica de la niñez. Tanto es así que el primer relato que abre la puerta a ese universo cuentístico versa sobre 40 niños sordomudos que tras un accidente aéreo sacan sus alas hacia el abismo.
Lo continúa una preciosa descripción de una merienda entre amantes que se encuentran cuando el amor lo exige en el relato “Los amantes”; una joven sentada en la ventana como mirando algo que nadie logra identificar en “Isis”, o las misteriosas invitadas a un cumpleaños que representan el esquivo a los preceptos morales en el relato que da título al libro, entre otros personajes y tramas que desfilan por las páginas.
Cuando en 1961 Silvina Ocampo publicó este libro, lo hizo por primera vez por fuera de la Editorial Sur, el sello que fundó su hermana, Victoria. Tiempo después, en 1979 salió a la luz una segunda edición y no volvió a editarse hasta ahora, que desembarca en el marco de un programa de publicación integral de su obra iniciado en 2006, primero con el sello Editorial Sudamericana y ahora con Lumen.
Para Ernesto Montequin, traductor y curador a cargo del archivo de Silvina Ocampo, “Las invitadas” junto con “La furia” (1959) es uno de sus mejores libros: “Es de una proeza narrativa que no tiene equivalentes en la literatura argentina; la riqueza de personajes, de situaciones, de tonos hace pensar en las antiguas recopilaciones de fábulas o de cuentos populares como ‘Las mil y una noches'”.
“No sólo por su repertorio inagotable de invenciones -argumenta el traductor en entrevista con Télam- sino también por la capacidad para combinar con natural desenvoltura la brutalidad y la compasión, lo fantasmagórico y lo cotidiano, lo suntuoso y lo plebeyo”.
Acaso por ese montón de temas que explora, “Las invitadas” y sus 44 relatos -“La gallina de membrillo”, “El lecho”, “El diario de Porfiria Bernal” o “La peluca”, por nombrar algunos- “no puede reducirse a una colección de recursos ni de métodos. Puede leerse como un tratado sobre las pasiones humanas o como un compendio de mitología rioplatense, con sus milagros, sus atrocidades o sus actos de justicia no sólo poética”.
Once años después de la muerte de Ocampo (1903-1993), en 2004 comenzó a funcionar el archivo de su obra. La tarea es de ordenamiento, clasificación e inventario y desde entonces está al frente Montequin, quien encontró inéditos, borradores pero también fotos y dibujos porque además de escribir, la hermana menor de las seis Ocampo dibujaba.
Con todo ese camino recorrido es que se publica “Las invitadas” en una edición al cuidado de Montequin. El trabajo, explica el curador, “consiste en buscar los cuentos que fueron publicados en diarios o revistas antes de ser recogidos en un libro para comprobar si hubo variantes de contenido, y paralelamente detectar las alusiones a obras literarias o referencias a hechos de su vida, así como también datos referidos al proceso de escritura, que contribuyan a iluminar la lectura”.
Y el último paso de tan titánica tarea es revisar el texto “para procurar limpiarlo de erratas. Por ejemplo, en el cuento ‘La piedra’ se menciona la metamorfosis de Acteón en ‘cuervo’. Así figuraba en las dos ediciones anteriores, pero no en las fuentes conocidas de los mitos griegos. Bastó un examen del manuscrito para corroborar que Silvina Ocampo había escrito, previsiblemente, ‘ciervo'”.